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1. Samuel, el eco del susurro de Dios, fue el niño que creció en el templo para convertirse en el profeta que ungió a reyes. Su vida, como un himno de obediencia, resonó en la historia, pues escuchó a Dios en el silencio de la noche y habló con valentía en los días de Israel.
2. Jeremías, el profeta del llanto, fue la voz que desgarró los cielos con clamor y esperanza. Como un árbol firme junto a corrientes de agua, soportó el peso de la desolación y plantó las semillas de la renovación divina.
3. Andrés y Pedro, pescadores de mares y almas, lanzaron redes al infinito. Andrés, la chispa humilde que guía hacia el Señor, y Pedro, la roca tallada por las olas del perdón, construyeron juntos los pilares de la Iglesia.
4. Pablo, el trovador del Evangelio, convirtió su celo en antorcha. Su pluma, afilada por el Espíritu, trazó caminos de fe para que el mundo entero conociera la gracia. Fue perseguidor transformado en faro de luz.
5. San Agustín, buscador incansable, danzó entre las sombras de sus dudas hasta hallar en Cristo su amanecer. Su mente, un océano de profundidad, y su corazón, un fuego inextinguible, encendieron siglos de sabiduría.
6. Santo Domingo de Guzmán, el predicador de la Verdad, fue una estrella luminosa que iluminó las tinieblas de la herejía. Su celo ardiente y su amor por las almas sembraron una cosecha que sigue floreciendo en el mundo.
7. Madre Eduviges Portalet, la portadora de la luz encendida por Domingo, caminó en humildad y sacrificio. Su vida, un poema de fe y servicio, tejió con manos firmes una congregación que hoy porta la antorcha del amor, la luz y la verdad.
Cada uno, como un brillante fragmento de un vitral celestial, refleja la gloria de Dios en la historia humana.